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Reflexiones sobre la industria del desarrollo personal


Es evidente que estamos viviendo una época de muchos cambios con lo que respecta a la concepción que tenemos del mundo. Esto a raíz de que estamos presenciando como la forma en la que vemos la vida se está desmoronando de forma progresiva. Esto está generando una “crisis de valores”, ya que estamos pasando de poner el capital y el materialismo al centro de nuestras decisiones, para poner al ser humano en el centro.


Bajo este contexto, la industria del desarrollo personal ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos años. Lo cual solo pone en manifiesto que existe una profunda generalización del malestar emocional que vivimos como sociedad.

Este cambio de paradigma en el que estamos sumergidos ha generado muchos fanáticos de esta industria; así como muchos detractores. Por lo cual creo que es válido observar esta industria desde ambas perspectivas.


Quisiera iniciar haciendo un análisis del descentramiento presente en la industria del desarrollo personal y cómo es correspondiente a los detractores que tiene.


Cómo parte de esta industria. He podido observar que uno de los primeros problemas que tenemos es el no tener una plena conciencia de que la industria del desarrollo personal es un conjunto de herramientas empíricas. Es decir, herramientas que tienen que ver con la experiencia misma. Y muchas personas lo venden cómo una ciencia exacta; cómo si existiera una fórmula para asegurar un resultado. Esta creencia es la que propicia que muchos profesionales de esta industria corramos el riesgo de sentirnos salvadores del mundo.


Una vez conversando con Javier en un intento de hacerle caer en cuenta de lo mucho que estaba aprendiendo a su lado, me dijo que todos mis aprendizajes no tenían nada que ver con él, sino conmigo mismo. Sus palabras exactas fueron: “mis palabras son como dardos que lanzo al aire. Pero tú eres el dueño del blanco; así que depende de ti que ese dardo llegue al centro. De lo único que me puedo asegurar es de la calidad y el cariño con el que lanzo el dardo”. Fue revelador, y es un concepto que hoy por hoy tengo muy presente.


Para mi, ser el dueño del blanco significa: "Tener la capacidad de buscar vivir la experiencia para sacar tus conclusiones y el estar abiertos en mente y corazón para permitirnos ser inspirados por otras personas."

El otro punto que afianza el descentramiento de la industria es que estamos volviendo en la moral del siglo 21. Como en toda actividad humana, el ego ha sabido filtrarse con mucha sutileza. Lo que ha descentrado el camino. Cuando se utiliza cada una de las herramientas para juzgar al otro. Es donde nos empezamos a descentrar.


Esto se manifiesta con actitudes como el empezar a juzgar a los demás, pretendiéndolas catalogar por su nivel de conciencia, lo cual nos aleja del amor, aceptación y respeto al prójimo. También es recurrente el quitarnos el derecho a perturbarnos, cómo si existiera un grupo de emociones que hemos vetado y que no podemos permitirnos sentir. Esto genera un círculo vicioso en el que nos empezamos a perturbar por habernos perturbado. Sin tomar en cuenta que el desarrollo personal tiene más que ver con una genuina relación con nosotros mismos desde adentro. Claro que tenemos derecho a perturbarnos. El camino del desarrollo personal es una espiral y parte de la evolución implica aceptar momentos de involución. Es decir. Se aprende a estar en paz aunque se esté en guerra.


Otra actitud muy presente en la industria del desarrollo personal es el orgullo espiritual. Es el sentir que uno ya llegó. Lo que se empieza a manifestar en la pretensión de dar consejos. Si tomamos en cuenta que el desarrollo personal está ligado a la experiencia misma, el dar un consejo se hace algo absurdo. Puesto a que nada te asegura que algo que te funciono pueda servirle a otra persona. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a dar fe de nuestra propia experiencia y desde la horizontalidad brindarla (lanzar el dardo).


La industria del desarrollo personal. Cómo toda actividad humana no está ajena a que se involucre el ego. Pero es parte de su proceso de maduración. Lo cual le quita en absoluto la genuina intención de brindarnos herramientas que nos enseñen a relacionarnos desde adentro con lo de afuera. Entendiendo que lo de afuera es un reflejo del mundo interior.


Con respecto a los detractores de esta industria. Constantemente me pregunto cuántos de ellos se han permitido vivir la experiencia y han sacado sus propias conclusiones.

Sé que muchos utilizan argumentos como: “Esa industria es para débiles mentales que se dejan lavar el cerebro por vendedores de humo” o “yo soy escéptico para esas cosas” entre otras.


Frente al primer argumento me pregunto: ¿Quiénes somos nosotros para juzgar las experiencias subjetivas de otras personas? ¿Qué nos lleva a no respetar las experiencias subjetivas que decide vivir otras personas?


Y con respecto al escepticismo. Me pregunto si es verdadero escepticismo, puesto a que un verdadero escéptico vive la experiencia y saca sus propias conclusiones. Porque el estar cerrados a otras ideas no es escepticismo, es arrogancia.


Hay un concepto samurái denominado shoshin. Este concepto es uno de los 10 principios fundamentales del budo y está formado por dos kanjis: Sho, que significa aprendiz, y Shin, que representa el corazón. Juntos constituyen el recordatorio del espíritu que debe regir el interior de todo buen guerrero: mantén siempre la mente, el corazón y actitud de un aprendiz. Lo traigo a acotar porque esta es la actitud que ha llevado al ser humano a seguir creciendo.



Las preguntas que vivimos hoy no distan en absoluto a las preguntas del helenismo que intentaron resolver los cínicos, estoicos, epicúreos, neoplatónicos. Cuyo proyecto filosófico era el entender en que consiste la felicidad y como la podemos conseguir. Y el solo hecho que en este tiempo sigamos preguntándonoslo habla de la importancia de esta. Y no sé si llegaremos a responderla. Pero citando unas palabras que me dijo Javier: “Más que buenas respuestas es importante que nos acompañen buenas preguntas”.


Artículo escrito por Milker Olaya.

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